Tuesday, January 27, 2009

Descansando en paz

Hace tres años que vivo en este edificio. Aunque ya no se si a esto se lo puede llamar vivir. En primer lugar el departamento es demasiado chico, no tiene ventilación ni iluminación suficiente y las manchas de humedad en las paredes parecen figuras fantasmagóricas que cobran movimiento por las noches.
Ni hablar de los vecinos. Entre los que hacen ruidos molestos con sus huesos cuando cambian de posición, los que no pagan las expensas y los que se reúnen en los pasillos para chusmear, cuando cae el sol y el vigilador se refugia en su oficina, no se cuales son peores.
Y esa manía de las visitas de los parientes los domingos. El domingo es para descansar y escuchar el fútbol en la radio, si pudiera, por que me dejaron una radio pero ya se le acabaron las pilas y los muy malditos no son capaces de comprarme otras. Flores es lo único que traen. Nunca una porción de pizza o una botella de vino. Como si las flores me sirvieran para algo. Ni para comer y después de varios días largan un espantoso olor a podrido.
Lo bueno es que las visitas están poco tiempo, ponen un poco de agua en los floreros, las inútiles flores y se mandan mudar. Pero en ese lapso se despachan a gusto. No solo mis parientes, los de mis vecinos también. Se creen que no los escuchamos y comentan.
-Mirá el viejo, el muy hijo de puta se gastó toda la guita en prostitutas y no dejó nada-
-Menos mal que se fue la patrona, ahora puedo disfrutar de la vida-
-Si, mucha honorabilidad pero se quedaba con las comisiones de las compras de Sociedad de Fomento-
-Pensar que en los últimos años este degenerado se junto con un pibe y le dejo todo en herencia-
-Esta se hacía la santita pero se acostaba con todos los muchachos de los delivery-
La lista de elogios continúa. Y no digo elogios por sarcasmo, pues cuando los escuchamos escupir su bronca los mencionados solemos hacer un buen corte de manga para nuestra satisfacción. Claro que hay otros que en verdad lamentan lo que escuchan como:
-Pobrecita, quedó virgen y nunca supo lo que es tener un hombre-
A veces, a la luz de la luna salgo a dar una vueltita. Me voy a recorrer los otros barrios. Esos de moradas residenciales con frentes de mármol. Es cierto, sus dueños son intratables. Andan todo el tiempo con la nariz levantada y se paran en las puertas de sus mansiones ostentando su lujo. Estos engreídos no se quienes se creen que son, si al fin y al cabo son un montón de huesos anquilosados como yo y todos los demás.
El barrio que me gusta es el de las moradas con jardín. Todos muy prolijitos con canteros de ladrillos, cada uno en su terrenito y no como yo que estoy hacinado en un monoblock que parece un palomar. Hasta las palomas están más cómodas en sus nidos.
Si alguno de sus habitantes está sentado sobre el pasto me detengo a conversar y le cuento de mis frustraciones.
-¿Por que no se muda para acá?- Me preguntan y me tientan. -Los sábados por la noche nos juntamos para jugar un picadito en los terrenos del crematorio-.
-Si fuera tan fácil- Les contesto- Pero a los amarretes de mis herederos les pareció mas barato donde estoy y nadie los va hacer cambiar de idea-.
Además, no lo confieso de puro pudor, pero lo de los picaditos no me atrae, por la artrosis. Y sí, me tiene a mal traer. No le digo nada cuando hace mucha humedad y me duelen todos los huesos que justamente es lo único que me queda. Al menos estoy exento de ataques al corazón, trastornos digestivos o respiratorios. Por eso aprovecho a fumar. En mi recorrida paso por la puerta de la casilla del vigilador y me levanto todos los puchos que dejó en el suelo. Como una vez encontré una caja de fósforos los utilizo prendiendo el primer pucho y luego para ahorrar voy utilizando el fumado para encender el siguiente. Eso sí, no trago el humo.
A esta altura me supongo que ya estará preguntándose si tengo alguna novia por ahí. Si, tuve una, un poco viejita, había nacido en 1889. Catalina se llama. Mientras el romance era paseos a la luz de la luna en tanto yo le recitaba poemas de otros que me adjudicaba, todo anduvo bien. El tema fue cuando quise llevar la relación más lejos y le propuse sexo. Todavía me da pena contarlo. Se rió de tal manera que casi pierde la mandíbula inferior y me dijo señalando ahí donde se imagina.
-¿Con que?-
La vergüenza me impidió volver a verla. Ahora anda con un terrateniente de su edad, de esos que viven en el barrio de las residencias de mármol. La de su morada es la única calle por la que evito pasar en mis paseos nocturnos. Ya no quiero tener otra experiencia para frustrarme.
Seguiré en este sitio en tanto mis herederos paguen las expensas y no se les ocurra convertirme en cenizas. Lo lamentaría por que esta vida me gusta. Si a esto se lo puede llamar vida.

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