Tuesday, January 27, 2009

Despertares

La luna era redonda, perfectamente redonda. Se encontraba a tan corta distancia del horizonte que parecía posible alcanzarla con la mano. Se detuvo a contemplarla. Después de varios minutos de embelesamiento, sosteniéndose sobre las puntas de los pies y estirándose lo más posible, alargó el brazo. Y la tocó.
Era áspera. Y estaba sucia. Un suave polvillo, similar al talco se impregnó entre los dedos. Sacudió las manos tratando de limpiarlas. Se le ocurrió otra idea. Moverla de su sitio. Apoyando los pies contra una roca hizo fuerza. Al principio le costó un poco. Primero lentamente y luego con mas velocidad se fue alejando al punto que dio la vuelta tras el horizonte y la perdió de vista.
Reinó la total oscuridad. Aquellas cosas que brillaban con la luz lunar se apagaron. Si giraba sobre sí y miraba hacia los cuatro puntos cardinales no podía adivinar en cuál de ellos se encontraba el camino por donde había llegado. Entonces tuvo miedo, pero no se arrepintió de su travesura. Una voz le susurraba al oído. Era una presencia repentina que, sin embargo, tuvo el efecto de tranquilizarlo.
La voz lo llamaba por su nombre.
-Ven- Le decía mientras una oscura silueta, apenas perceptible, y dueña de esa voz se alejaba unos pasos y lo esperaba para conducirlo al refugio.
¿Un refugio? Se preguntó. ¿Para refugiarnos de que? Volvió a interrogarse.
El cielo comenzaba a teñirse de rojo. Imágenes espectrales de ruinas y columnas de humo se hacían evidentes. La voz lo seguía llamando.
-Apúrate- Le increpaba. -Allá está el refugio-. Insistía.
Entró al refugio y buscó una habitación vacía. Finalmente la encontró y, agotado, se sentó en el piso. Cuando el sol le dio en la cara e iluminó todo el cuarto advirtió que el empapelado le resultaba conocido. Yo he estado antes en este refugio. Se decía. También estaba Mortimer, el gato, acomodado plácidamente sobre la alfombra.
-¿Como llegaste hasta aquí?- Le preguntó y el animal lo miraba sin entenderle e imposibilitado de contestarle.
Se levantó y salió al pasillo. Mecánicamente giró hacia la derecha y entró al baño. Abrió la ducha y mientras el vapor le nublaba el espejo del botiquín se afeitó. Estuvo quince minutos bañandose. Le producía un efecto reparador y no tenía ganas de salir. Pero era menester hacerlo.
Ya vestido, dejó la leche y la comida para Mortimer en dos platos bajo la mesa de la cocina y salió a la calle. El calor era insoportable. Las flores se marchitaban a pesar del rocío ahora evaporado por el sol, el asfalto de la calle se derretía pegándose en las suelas de los zapatos.
Un hombre se detuvo junto a él cuando estaba por abrir la puerta del jardín. Vestía saco y corbata a pesar del clima. Sudaba por todos sus poros tenía la camisa humedecida de tanta transpiración.
-Hermano, vengo a traerle la palabra de Dios-
Ni la gélida mirada, ni el silencio con que la acompañó detuvieron al misionero.
-Hermano, debes estar con Jehová si quieres ser salvo-
Lo dejó hablando solo mientras se dirigía al mercadito para abrir su puesto.
-¡Está predicho, el Argamedon se acerca y solo Jehová, tu Dios, puede salvarte!-
Cada vez le costaba más levantar la cortina metálica. Voy a tener que conseguirme un ayudante, pensó. Pero no eran épocas para pagar otro sueldo. Apenas alcanzaban para él las magras ganancias. Esa vez no fue la excepción. Una señora le compró un cuarto de queso mar del plata y otra doscientos gramos de salame. Un peón de la obra vecina llevó cien gramos de paleta sanguchera y cien gramos de queso para máquina. Y nada más. Tenía más ganas de cerrar que seguir allí parado, esperando clientes y oyendo las mismas estupideces de siempre de los otros feriantes. Por suerte no había venido el proveedor pues no hubiera tenido con que pagarle.
Compró dos pancitos y llevó de su negocio los sobrantes de los cortes de los fiambres para su cena y la de Mortimer.
Acompañó la comida con lo que quedaba de un botella de vino tinto y le dio un poco al gato que se relamía de contento, acostumbrado a estos convites.
La luna estaba en el mismo sitio de donde la había empujado. Caminó a lo largo de la calle dispuesto a divertirse con ella. Salida de entre dos sombras que antaño habían sido edificios una mujer rubia, pálida y delgada se paró en su camino. Su aspecto era lamentable. Se le notaban aún vagos rasgos de belleza perdida, no por los años, pues era joven, sino por el sufrimiento y el cansancio. Los ojos parecía salirse de las órbitas y los pómulos sobresalían ante la retracción de las mejillas.
Cuando habló supo que se trataba de aquella que lo había llamado anteriormente.
-¿Donde estuviste?- preguntó la mujer.
-En el refugio- Contestó.
-¿En el refugio? Te estuve buscando y no te encontré-
-Estuve allí, te lo puedo asegurar-
-Entonces, ¿Como huiste de los tanques?-
-¿Que tanques?-
-Los del enemigo, están recorriendo toda la ciudad-
El pavimento comenzó a temblar y el movimiento multiplicó las vibraciones que lograron hacer caer la luna de su sitial. La oscuridad volvió a cubrir la escena.
-¡Ya vienen!- Gritó la muchacha y lo tomó de la mano-
Comenzó a correr entre las ruinas, sin ver pero sin tropezar como si conociera el camino de memoria. No tenía más remedio que seguirla. No sabía adonde iban pero tampoco quería quedarse solo cuando llegaran los tanques.
En una esquina ella se detuvo agitada. Le costaba respirar por el cansancio, por el terror y por su debilidad. Sintió que ese momento debía asumir su cuidado. Después de todo era el hombre. Pero no se animó ni a tocarla.
-Allá- Dijo la mujer y recuperándose se levantó de un salto encaminándose a un grupo de pequeñas viviendas.
Era evidente que con la corrida habían llegado hasta los suburbios. El ruido de los tanques ya no se oía y entraron en una de las casas.
-Quédate aquí, voy a buscar otros sobrevivientes- Ordenó ella y desapareció entre las sombras.
Él se acurrucó en una ángulo de la pared y se quedó maldiciendo su propia cobardía.
Mortimer aún estaba sufriendo los efectos del alcohol. Lo sabía pues cada vez que le daba vino lo molestaba con maullidos insistentes y lamiéndole la cara.
-Si continuas siguiéndome voy a convertirte en embutido- Amenazó, pero el felino parecía no escucharlo, ni verlo debido a su mirada vidriosa y extraviada.
Se quedó observando unos segundos el empapelado de las paredes, salió al pasillo, giró hacia el baño, abrió la ducha, se afeitó...
Encendió el televisor. El locutor de las noticias con voz compungida, en falsete, narraba los últimos acontecimientos en la frontera de India y Pakistán. Ambos gobiernos amenazaban con volarse mutuamente de la faz de la tierra utilizando sus armas atómicas. Estados Unidos proponía una reunión para lograr la paz al tiempo que enviaba sus naves al Mar Arábigo. Rusia, hacía lo mismo.
Caminando hacia el mercadito iba detrás de una mujer rubia y alta. Apuró el paso para hablarle, para preguntarle como había escapado y si encontró mas sobrevivientes. Al tomarla del brazo debió disculparse. No era ella. No supo que decir.
-La confundí con una amiga- Balbuceó.
Las ventas no mejoraron mucho. Pero lo suficiente como para comprar una comida decente en la rotisería y una botella de Coca Cola. No le iba a dar vino dos veces seguidas al gato que todavía debía estar bajo los efectos de la borrachera.
Compartieron el lechón con papas al horno. A pesar de sus protestas el felino debió conformarse con leche, él acabó su gaseosa. Dudaba entre prender la televisión o sentarse en la reposera que estaba en la galería. El ambiente continuaba tan caluroso que era imposible descansar en la cama y el ventilador solo movía de acá para allá el mismo aire sofocante.
Salió a la galería. En cuanto posó su mirada en el final de la calle pudo ver la luna casi apoyada sobre el horizonte.
-¿De nuevo?- Se preguntó -¿Como hace?- Volvió a preguntarse.
Emprendió la marcha hacia la luna. Mirando a ambos lados de la calle y escuchando con atención para prevenirse de cualquier aparición sorpresiva. Estaba a un paso del satélite cuando escucho una voz.
-¡No la toque!-
Se volvió. Detrás de él varios soldados con ropa de combate color negro y cascos que le cubrían toda la cabeza, le apuntaban. Más atrás, dos de ellos tenían tomada de los brazos a la mujer que intentaba liberarse sin conseguirlo.
Estiró la mano, desafiante.
-¿Y que, si la empujo?-
No habían llegado sus dedos hasta la luna cuando, arrojándose a sus pies, le hicieron perder el equilibrio. Imposibilitado de resistirse fue llevado junto a la mujer.
-¿Por que no me esperaste?- Preguntó ella.
-Te estuve esperando, incluso creí haberte visto camino al mercadito-
-¿Que mercadito?-
No pudo contestarle. Los soldados los arrastraron hasta un vehículo blindado y los arrojaron dentro.
Se escucharon unos disparos. Los soldados repelieron el ataque. De pronto, la oscuridad. Por efecto de los tiros la luna había caído nuevamente.
Al abrirse La puerta del vehículo creyeron que los sacarían para ejecutarlos. Pero se encontraron con caras. Otras caras descubiertas, sin los cascos negros.
-¡Son mis amigos!- Exclamó la mujer, y agregó -¡Nos han liberado!-
Corrieron a través de un prado cubierto de pastos humeantes debido al incendio de varios tanques.
No pudo precisar el tiempo que estuvieron huyendo. En lo alto de una colina se podía ver la silueta negra de una casa solitaria. Sin pensarlo se dirigieron hacia ella y entraron. A pesar de estar visiblemente deshabitada conservaba el orden y la limpieza como si sus moradores hubieran salido apenas pocos minutos antes. La recorrieron esperando encontrar a alguien oculto.
-No tema, no somos soldados- Decían ambos para tranquilizar a quienes estuvieran. Pero no encontraron persona alguna.
Un ruido los alertó.
-¿Mortimer, eres tú?- Exclamó el hombre.
-¿Quien es Mortimer?- Preguntó ella.
No tuvo necesidad de explicarle cuando comprobaron que había sido un florero empujado por las cortinas movidas por el viento en una ventana abierta.
-Quedémonos aquí- Propuso ella.
Estuvo de acuerdo. No quería quedarse solo y perderla de vista nuevamente.
Un sonido estridente lo atemorizó. Tanteó a su lado esperando encontrar el cuerpo cálido de la mujer pero ya no estaba. Trató de llamarla y recién se dio cuenta que no sabía su nombre. Mortimer se paseaba por la habitación tratando de lograr su atención pues quería salir al jardín a hacer sus necesidades. Le abrió a puerta mecánicamente.
En la calle, justo frente a la casa, habían chocado dos autos y el lugar se había convertido en el punto de convergencia de una multitud de curiosos. Salió a la vereda para ver si la mujer estaba entre ellos pero no tuvo suerte.
Esta es la última vez que voy al mercadito, pensaba mientras trataba de caminar por la sombra. Cuarenta grados de máxima había dicho el pronosticador del tiempo y ninguna esperanza de lluvias aliviadoras.
Estaba seguro. Parado en la puerta del mercadito la vio. En la siguiente esquina, esperando el semáforo estaba ella. La muchacha sin nombre. No le importó dejar el puesto solo y corrió tratando de llegar antes que comenzara a cruzar.
-Hola- Le dijo tomándola suavemente del brazo.
-Hola- Le contestó ella, en un gesto, primero de sorpresa luego de simpatía.
Él vaciló un instante. ¡Al fin la encontraba! Pensó.
-¿No me conocés?- Preguntó ella.
¡Claro, como que no la conocía!. Era la anónima salvadora que lo había ayudado varias veces. Estaba a punto de decírselo-
-Soy Cristina, fuimos compañeros en el colegio primario-
-Me alegra verte, tanto tiempo- Balbuceó
-A mi también- Dijo ella y preguntó -¿Estas casado?-
-No, soltero, tuve que cuidar a la vieja, ahora, ella murió el año pasado-
-Yo estoy divorciada, anotá mi teléfono, cuatro siete uno...-
Lo anotó en la libreta de los clientes morosos, ella se despidió apresuradamente.
-Se me hace tarde para el trabajo, llámame-
-¡Te llamo, te llamo!- Gritó él.
La intensa luz que provenía de la luna casi apoyada en el prado lo atraía como el queso a un ratón. Había planeado llamar a Cristina desde su casa pero se sintió tentado de salir a tomar un poco de aire fresco.
No fue muy lejos. Los soldados lo estaban esperando, agazapados. En cuanto cruzó el camino lo tomaron de los brazos y los pies. Fue inútil su resistencia. Lo arrojaron dentro de un vehículo similar a aquel en ya había sido encerrado anteriormente. Estaba solo. Se sintió desamparado al no contar con la presencia de la muchacha.
El camión se puso en marcha. Al cabo de unas horas llegaron a un campo de prisioneros. A los empujones lo llevaron hasta una barraca y lo metieron dentro.
Ahora si que mi vida esta acabada, pensó. Un maullido a su lado lo sobresaltó. Mortimer le pedía que le abra la puerta para ir al patio. No le hizo caso, pero el gato se ponía mas insistente y temió que lo descubrieran los guardias. Intentó abrir la puerta pero estaba cerrada con llave.
El animal corría hasta el otro extremo de la barraca y volvía a maullar. Regresaba con él y lo empujaba con la cabeza. Después de varios intentos supo lo que quería indicarle. Había otra puerta. Sigilosamente caminó hacia ella y movió el picaporte. Se abrió sin esfuerzo.
En ese lado del campamento no había guardias. Ni siquiera alambradas. Salió caminado con toda naturalidad y pronto se vio en las calle de su casa. Delante de él, Mortimer maullaba con un tono distinto y los otros gatos del vecindario le contestaban.
En la puerta, la mujer rubia lo estaba esperando.
-¿Donde estabas?- Preguntó inquisidora.
No le contestó. Ni siquiera le contó su desventura. Estaba bien que lo había salvado un par de ocasiones pero no era cuestión de dejarla avasallar su vida.
-Me voy- Dijo ella.
-¿Adonde?-
-Lejos, donde pueda olvidar aunque sea por unos días esta horrible guerra. ¿Vienes conmigo?-
-No puedo, tengo que abrir el puesto en el mercado-
-¿Que mercado?-
Ahorró explicaciones manteniéndose en silencio. Ella le dio un beso en la mejilla y comenzó a caminar.
-¿Te podrás cuidar?- Preguntó cuando ya estaba por bajar a la calle.
-Si, si- Contestó sin demasiada convicción.
-Pronto no habrá mucho lugar donde ir. Las nubes radioactivas que vienen de India y Paquistán están cubriendo el planeta- Agregó ella desde la vereda de enfrente.
Él se encogió de hombros y sin decir palabra la dejó ir.
Mortimer había roto el plato de la leche jugando con una pelota de goma. El piso de la cocina estaba manchado y no tenía tiempo de limpiar. Se estaba haciendo tarde para abrir el puesto. Salió a la calle. Esta vez era el sol el que estaba casi al alcance de la mano.
Me voy a quemar si intento tocarlo, se dijo prudentemente. Pero no necesitaba ir hacia el sol. La gran bola candente se acercaba a gran velocidad. Un viento huracanado barría con edificios, automóviles y personas.
Corrió a refugiarse en la estación del subterráneo. Mucha gente había tenido la misma idea. A los codazos y empujones logró llegar hasta el andén. Afuera se sentía el infierno en toda su magnitud.
Un leve toque en su hombro le obligó a darse vuelta. Cristina, con las ropas ajadas y cubierta de polvo lo miraba mientras ensayaba una extraña sonrisa.
-No me llamaste- Le dijo, y agregó –Ven vamos al refugio-

No comments: